EL ÁRBOL (Un relato de ficción parido por la mente calenturienta de Javier Barragán).
Dicen, comentan, murmuran por los bares del pueblo,
que el viejo castaño de la dehesa comunal vio pasar a las legiones romanas.
Pero para la anciana Paulina su relación con el árbol
comenzó un diez de agosto de hace ochenta años, cuando su madre embarazada de
siete meses acompañaba a su marido que pastoreaba un pequeño rebaño de ovejas y
cabras, que se apiñaban alrededor del tronco buscando la sombra que la densa
copa les proporcionaba.
Aquel día de agosto a la sombra del viejo roble, Paulina decidió
adelantar su llegada un par de meses, y su madre ayudada por su asustado marido
la alumbró acostada sobre una raída manta, desde ese momento un extraño vinculo
surgió entre Paulina y el árbol.
Contaba Paulina que, en otoño durante su niñez a la salida
del colegio, corría junto a sus compañeros de clase hacia la dehesa y allí se
subían a las gruesas ramas del árbol arrojándose castañas unos a otros entre
risas, y como el tronco les servía de escudo y protección en aquella incruenta
batalla. Decía Paulina que unos años más tarde fue allí, a la sombra del viejo
castaño donde aquel chico tan guapo le dio su primer beso de amor que con tanta
ternura recordaba.
Un día Paulina se alejó de su pueblo y del árbol para
continuar sus estudios en la ciudad, pero siempre que regresaba en vacaciones
pasaba largas horas sentada junto a él recostada su espalda en el viejo tronco leyendo
algún libro.
Luego llego el fallecimiento de su padre y pocos meses
después como si no quisieran separarse falleció su madre, Paulina entonces decidió
cerrar la casa familiar y emigrar lejos, muy lejos, ya nada la retenía en el
pueblo, un lugar en el que cada vez era más difícil ganarse la vida.
Pasaron los años y Paulina que había conseguido el éxito profesional y económico pensó en jubilarse, buscaba un lugar en el que pasar los últimos años de su vida, cuando de repente recordó el pueblo en el que había nacido y sobre todo sin saber por qué recordó el viejo castaño. Todavía poseía la antigua casa familiar, unos cuantos arreglos, una pequeña reforma y sería el lugar perfecto para envejecer tranquila.
El regreso no resultó como ella esperaba, el pueblo no
parecía el mismo, ya no quedaba ni rastro del ganado que en otro tiempo fue la
forma de subsistencia de casi todo el pueblo, en su lugar hoy el pueblo estaba volcado
en el llamado turismo rural y una gran urbanización de chalés de segunda
residencia había crecido alrededor de un casco antiguo poblado de bares,
restaurantes y tiendas de falsa artesanía local, había un centro médico,
biblioteca, polideportivo con piscina, y un ayuntamiento nuevecito, por cambiar
hasta el nombre de la dehesa había cambiado, a la dehesa, ahora la llamaban
“Parque natural La Dehesa” que quedaba más moderno.
Pero para su sorpresa Paulina descubrió que una cosa no
había cambiado, el viejo castaño seguía ahí, tan fuerte, sano y majestuoso como
ella le recordaba, los niños seguían subiéndose a sus ramas para coger las
castañas, gruesas, brillantes y apetitosas que ella recordaba, sus padres
visitantes de fin de semana, se hacían fotos abrazando el grueso tronco
asegurando que les transmitía buenas sensaciones y alegría de vivir.
Entonces llegaron ellos, manifestando su preocupación por el
centenario árbol y le cambiaron el nombre, ya no se llamaría el castaño de la
dehesa, ahora debía llamarse “Árbol singular” y por tanto contar con la máxima
protección, hicieron llegar su más enérgica protesta al ayuntamiento, hicieron
ruido, mucho ruido, se reunieron con los responsables municipales y consiguieron
que en el último pleno por mayoría se acordara la protección absoluta del
“Árbol singular”
Pocas semanas después un equipo de trabajadores procedió a levantar
una alta reja metálica alrededor del “Árbol singular” ya ningún niño se
encaramaría a sus ramas para recoger sus frutos, nadie se fotografiaría abrazándole
ni se protegería del sol o la lluvia bajo su copa, el “Árbol singular” por fin
estaba protegido.
Pero paradojas de la vida, poco antes de la llegada del
otoño el “Árbol singular” empezó a perder sus hojas que presentaban unas manchas
parduscas y las castañas de aquel año no fueron rollizas, sanas, cubiertas de
una cascara brillante como acostumbraban a ser, muy por el contrario,
presentaban un aspecto raquítico, arrugado y nada apetecible, el Árbol
singular” ¡estaba enfermo!
Cundió la alarma entre aquellos ciudadanos preocupados por la salud del “Árbol singular” y los responsables municipales decidieron contratar los servicios de un grupo de expertos botánicos para que descubrieran cual era el problema y como remediarlo, analizaron la tierra, las raíces, las ramas, las hojas y los frutos, no encontraron nada, absolutamente nada, el “Árbol singular” se moría irremediablemente y nadie sabía por qué, los expertos aconsejaron la tala inmediata, la extracción de todas las raíces y la desinfección de la tierra circundante para evitar el posible contagio de tan extraña y misteriosa enfermedad a otros ejemplares no tan singulares.
Al día siguiente se convocó en el ayuntamiento un pleno
extraordinario para decidir que hacer con el “Árbol singular”, al mismo
acudieron muchos de los que antaño habían mostrado su preocupación y empeño en
la protección del “Árbol singular” y por supuesto también la anciana Paulina.
Después de dos horas de deliberaciones y toda clase de argumentos por parte de los
asistentes al acto, se decide por amplia mayoría seguir el consejo de los
expertos y proceder a la tala inmediata para prevenir males mayores.
Es entonces cuando Paulina que ha permanecido sentada
discretamente en un rincón de la última fila levanta la mano, pide la palabra y
forzando la voz para que todos la oigan pregunta… ¿De verdad no sabéis de qué ha
muerto el castaño de la dehesa? ¡pues yo os lo diré! ¡Ha muerto de pena! ¡Ha
muerto de tristeza! ¡Ha muerto de la pena y la tristeza que produce la soledad
y el aislamiento al que vosotros le habéis condenado!
¿De qué sirve tener ramas robustas y resistentes, dar frutos
jugosos y ricos, si los niños no pueden trepar para cogerlos? Sabed que los
niños siempre treparon a sus ramas y el castaño de la dehesa siempre se mostró
sano y fuerte.
¿De qué sirve tener una ancha copa cubierta de millones de
hojas verdes, cuando nadie puede protegerse bajo ella del sol o la lluvia?
Sabed que cientos de cabras y ovejas lo hicieron desde que abarca la memoria y
nunca el castaño de la dehesa mostró mal alguno.
¿De qué sirve tener un tronco grueso y fuerte si los
enamorados no pueden besarse refugiados tras él? Sabed que yo misma di y recibí
mi primer beso de amor apoyada en su tronco.
De repente alguien grito ¡Cállate vieja loca, los árboles no
tienen sentimientos! Y una sonora carcajada resonó en el salón. Paulina se levantó,
salió a la calle y lentamente ayudándose de su bastón recorrido los escasos
doscientos metros que separaban su casa del ayuntamiento, entró en el
dormitorio, se sentó en la cama suspiró y se dejó caer boca arriba.
A la mañana siguiente, justo en el momento que los empleados
municipales arrancaban la motosierra para proceder a la tala del castaño de la
dehesa, la joven empleada doméstica contratada por Paulina abría con su llave como
cada día la puerta de la casa y entraba en el dormitorio, Paulina yacía vestida
boca arriba sobre la cama sin vida.
Me parece muy buena historia. La he seguido con atención desde el principio hasta el final. Me imagino que esta historia no es la única que has escrito. Te veo con una gran facultad de escitor.
ResponderEliminarLa ilustración es al más adecuada a tan linda historia. Me gusta ese árbol solitario y desnudo.
Besos
Una muy interesante historia que más de uno debería leer con atención para ilustrar una buena fotografía.
ResponderEliminarMis mejores deseos de paz y felicidad, un abrazo,
Feliz Navidad y salud para regalar.
ResponderEliminar